Nunca pudo ganar el PRI. Ni voto duro, ni útil. Ni siquiera el voto ingenuo. El mejor candidato, un hombre capaz y honesto, se subió al Titanic. Un PRI agónico y hediondo lo convenció o más bien lo confundió. Es el mejor ejemplo de que el poder aísla. Nunca midió lo oxidado que estaba el coche al que se subía.
Nunca pudo. El PRI representó un sexenio de oprobiosa, obscena y desmedida corrupción. El PRI sumió al país en una incalificable inseguridad y situación de violencia. El PRI tampoco pudo acabar con la dolorosísima pobreza que nos arrastra desde siempre.
Los que vimos en Jose Antonio Meade algo diferente, no quisimos ver al PRI, ese PRI de vergüenza.
Fui yo.
Ahora dirás, te lo dije. Tenía razón… Pues tampoco.
Nunca pudo ganar el PAN. Ni voto duro, ni útil. Ni con el PRD sumó lo que Josefina hace 6 años. El PRD y MC le dieron al PAN 4.1% del voto nacional, pero a cambio les cedió 70 escaños en la cámara.
Nunca pudo. La derecha no solucionó nada cuando gobernó y propuso menos desde la oposición. Anaya dilapidó la ideología de un partido para convertirlo en un Frankenstein imposible. Se creyeron intelectualmente superiores. Se alió con una izquierda caduca e igual de corrupta. La búsqueda del poder por el poder y una ambición digna de un dictador terminaron por hacer que sólo aquellos ingenuos también votaran por él.
Fuiste tú.
No vale salvarnos diciendo que el otro se equivocó. No. Yo me equivoqué. Tú también.
La reflexión necesita ser honesta y profunda. De todos. No basta deslindarse ni señalar. No basta decir que mañana seguiremos trabajando o que este presidente no me representa. El problema es real y requiere solución. Misma que solo va a llegar si nos miramos al espejo primero.
Es desde una renovación verdadera basada en el apego de nuestros propios valores y principios que el cambio debe darse. No pensar en el poder, no ambicionar porcentajes de votos. Centrarnos en lo que creemos y defenderlo así juntemos un 1% de votos. Quitarnos los colores de encima y la venda de los ojos.
Solo así es que se puede construir un camino. Solo así podemos llegar al México que queremos.
Y para que vean que voy en serio, hasta voy a aceptar que ni en este artículo estoy seguro de tener razón ya.
Alonso Sánchez-Aedo